jueves, 10 de junio de 2010

A bove maiori discit arare minor


La claridad presenta batalla y mitiga mis ramas, mientras la verdad se refleja en el espejo y sale tarde a pasear con el desencuentro del silencio. Profundos cristales son esos que me ilustran y custodian...

La verdad es de un padre. El amor silente, casi pausado, es de su vergonzoso hijo.

Mil frases que repetir...

Con la calavera ondeando en un barco sin velas ni banderas, deambulo perdiendo batallas y ganando guerras por ti. Hace tiempo que me adentré en el océano, pero no esperes mi regreso en el muelle. Guárdate bien de esta brisa y de las embaucadoras olas que la amparan, pero, sobre todo, no anheles ningún mensaje. No me quedan botellas que de palabras pueda llenar.

Tu dogmática mirada y tu manta de enseñanzas son ahora el único consuelo de este capitán maldito, que sobre el timón descansa y en el lecho trabaja.

Maldito estoy, pero toda bendicion repudio, pues no es sino mi condena la que me ayudará a gobernar un barco sin velas ni banderas, sin rastro ni rumbo, sin más guía que la calavera que sobre mi alma por siempre ondea.

Para que nunca me bendiga,
alejaré al monstruo que me acecha,
y así pueda yo enviarte
mis mensajes sin botella.

miércoles, 9 de junio de 2010

El exilio de la tierra.


Bajando de la misma noche
vienen sus huestes,
ruidosas y ciegas,
con sus bocas dando muerte.

Sus espadas en desorden
predicando infaustos momentos,
en el alba de las oraciones,
a la sombra del tiempo.

Mustios y truncados son
los recuerdos enlatados
que enarbolan cual bandera
de sentimientos desterrados.

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¡Yo clamé tu nombre!
Y nadie respondió.
¡Yo clamé tu nombre!
De nada me sirvió.

La Salvación de Benedetti,
el Albatros de Baudelaire,
el Viaje a Ítaca de Cavafy,
mi mustia primera vez.

Sin talento ni pasión,
bajo la oscuridad del día,
envuelto en una manta
me abrazo a la vigilia.

No hallarán nuestras tierras,
ni nuestro mar.
Vagarán entre presagios
y nunca aprenderán a hablar.

¡No les permitamos aprender!