lunes, 22 de agosto de 2011

Memorias de Aurora Navas, memorias sepultadas.


Quiero compartir las memorias que mi tía Aurora Navas, con mucho cariño, tuvo a bien regalarme para mi proyecto de investigación sobre el Campo de Concentración de Castuera. Agradezco el presente como uno de mis mayores tesoros, pues comprendo el dolor candente que aún late en su interior al acordarse de la fatídica época que le tocó vivir en su infancia.

No pretendo otra cosa que remarcar la importancia de la memoria, de recuperarla de quienes la robaron antaño y de quienes tratan de mantenerla sepultada ahora.

Desde mi humilde aportación, desde este, mi pequeño rincón: GRACIAS a todos los que, como mi tía, luchan aún incansables por la justicia, por la ocasión de hacer el homenaje más honroso a quienes murieron bajo la tiranía, por la recuperación de la memoria histórica; POR NUESTA MEMORIA.

Cuando no se tienen rifles,
las palabras son las armas.
No, no es poesía,
pero es alma.


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Año 1939


De aquel tiempo tengo mi primer recuerdo nítido con sensaciones y sentimientos. Últimos días de Marzo de 1939. Es un vagón de tren, la plataforma de un tren de mercancías. Había allí muchas personas apretujadas que caían sobre mi cuando el tren se movía bruscamente. Un hedor de ganado, suciedad y excrementos, a pesar del viento frío de la noche, nos invadía. Hacía mucho, mucho frío. Yo iba sentada sobre las piernas de una mujer y ambas nos cubríamos con un “toquillón” negro. El calor humano y su olor debajo del mismo amortiguaban el hedor y el frío exterior. A través de la ranura que me permitía respirar veía como a la oscuridad de la noche, sucedía la claridad del día. Apenas me daba cuenta de por dónde circulaba aquel tren, tan pequeña era la ranura…

Después, la llegada a la estación de Castuera.

Había mucha gente cuando llegamos. Los gritos estridentes, los empujones, aquel desconcierto me paralizaban. Yo buscaba la mano de un familiar a la que unir la mía. Fue la primera vez que sentí miedo. Ese miedo que me acompañará mientras viva… Después, la penosa marcha hacia el lejano pueblo, andando, agarrada a la falda de una mujer que ocupaba sus brazos con hatos de ropa. ¿Mi abuela? ¿Una de mis tías? Aquella larga caminata hacia lo desconocido, mi afán de agarrarme a alguien que me guiara es el fiel reflejo de lo que ha sido mi vida. Y, aunque no me diera cuenta entonces, allí, en la estación, empecé a perder a mi madre.

Mi madre, Matilde Morillo Sánchez, desempeñaba el cargo de maestra en Daimiel (Ciudad Real), el curso 1938 – 1939. Allí marchó con sus tres hijas. Poco después, toda la familia la acompañaba para apartarse de los últimos combates que se desarrollaban en la Serena.

Cuando Daimiel fue ocupada por las tropas rebeldes, mi madre fue destituida. Mi padre, que estaba en el frente con el ejército republicano, volvió para proponerle que marchara con él. Tenía la esperanza de llegar a Valencia y allí, embarcar para Francia, la guerra estaba ya perdida. En un principio dudó, incluso hizo una bolsa, aprovechando una alfombra, para llevar los enseres de mi hermanita (siete meses), única que los acompañaría. Finalmente, pudo más el amor a sus otras hijas, a sus ancianos padres y a sus desvalidas hermanas y decidió no seguir a su esposo. Así se separaron para siempre.

Sin temor, pues nadie en la familia pertenecía partidos políticos, excepto mi padre, volvimos a Castuera. En la estación esperaban un grupo numeroso de falangistas y dos mujeres que identificaron a mi madre y, en un camión, se la llevaron. Nada importaron los ruegos y llantos de la familia.

Al llegar al pueblo, vieron con asombro que las casas de la familia habían sido requisadas.

Al anochecer de aquel día, después de hacer múltiples gestiones para liberar a mi madre y recuperar, al menos, una de las casas, impotentes, la familia se disgregó y marchó a casas de parientes que tuvieron el corazón y la valentía de acogernos.

Dos días después, mi madre fue liberada aunque debía presentarse cada mañana delante de las autoridades para declarar. La noche del siete de Mayo de 1939, dos convecinos fueron a buscarla. Eran las doce de la noche. Mi madre amamantaba a la niña, la puso en los brazos de mi abuela, se quitó el reloj de pulsera, lo entregó a su hermana diciéndole: “Quiero que se lo entreguéis a mis hijas como recuerdo”. Salió de aquella casa custodiada por aquellos… Sus hermanas, dos de ellas, la seguían hasta la Casa Consistorial, en donde estaba la cárcel. Al entrar volvió la cabeza y miró, por última vez, a sus hermanas, que intentaron, en vano, acompañarla. Allí quedaron, escondidas detrás de la iglesia viendo cómo mi madre fue conducida al piso alto y cómo era vejada hasta que, descubiertas, fueron conducidas, encañonadas a la casa en que estaban acogidas. A la mañana siguiente, mi abuela fue con mi hermanita en brazos y nadie pudo darle razones de su paradero…

Mi abuelo, su padre, murió cuatro días después de aquella trágica noche, clamando el nombre de su desgraciada hija. Tampoco sabemos donde lo enterraron porque no dejaron salir a su mujer ni a sus hijas… Desde entonces, desde hace setenta años, la buscamos. Primero en silencio; luego, abiertamente… Seguimos buscándola los que vivimos aún.

Mi padre, Antonio Navas Lora, destacado socialista y sindicalista, Jefe de Correos entonces, consiguió llegar a Alicante. Allí embarcó en el Stambrook acompañando y padeciendo las peripecias de los “pasajeros” del mismo. Triste, destrozado, desesperanzado (aún no sabía el trágico final de su joven esposa) comenzó un incierto y duro exilio que además fue largísimo.

La familia nos guardó el secreto de lo ocurrido durante años para protegernos, sufriendo en silencio, soledad y miseria, pero sin abandonarnos, hasta que dejaron este mundo.

Se cree que los niños no comprenden nada de lo que pasa entre los mayores; yo comprendía entonces que algo terrible acababa de sucedernos y a la pregunta inocente que hacía a mis tías: “¿Dónde está mi madre?” respondían llorando, pero con firmeza: ”¡Las niñas se callan!”…

Me pides, querido José Cándido, que te cuente “algo” sobre el Campo de Concentración de Castuera y nada sabría de él a no ser por el magnífico libro que el historiador, Antonio López, ha escrito. Admiro a todas las personas que, como A. López o tú mismo, se dedican a investigar esa parte de nuestra Historia que, intencionada y machaconamente, nos aconsejan que olvidemos. Yo pienso que para olvidar algo hay que conocerlo previamente.

Quiero contribuir, desde mi modestia, a esa tarea contándote sencilla y honestamente. Así te lo contaría tu abuela, cómo vivió una niña, hija de los vencidos, el periodo de tiempo en que funcionó dicho campo (Marzo 1939 / Marzo 1940). Son recuerdos, reflexiones sobre los mismos y pinceladas sobre la vida de mis padres, que, tal vez, puedan ambientar el trabajo riguroso y serio que te propones hacer.

9 comentarios:

  1. Desgarrador, enhorabuena por contarlo! Charo

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  2. Conocía la historia porque me he criado con Mati Navas, pero leerla escrita por Aurora... no tengo palabras!

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  3. Conocía la historia, pero leerla me ha vuelto a emocionar.

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  4. Escuché a tu tía un día en un programa de televisión y ya entonces me emocionó la fuerza de sus palabras, porque fue descubrir una historia que no había conocido viviendo en Castuera hasta los 15 años y siendo amiga de tu madre. Ese mandamiento de silencio duró demasiado. ¡Las niñas se callan!, sí, pero no olvidan. Me alegro haber encontrado estas líneas y recordado.Gracias

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  5. Disculpa, he supuesto que eres hijo de Francisco y Ángeles.

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  6. pena de mujer, pagó por la responsabilidad de su marido en el asesinato de 89 vecinos de Castuera, en 1936, -algunos sólo por ser considerarse cristianos, cuando formaba parte del comité local socialista y del gobierno provincial allí establecido.

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    1. Responsabilidad? Te parece poco 40 años de represión franquista? Perdona que ponga en duda eso ; ese marido del que hablas era tío de mi padre y te puedo asegurar que no ha matado a nadie indiscriminadamente. Deja que los demás por lo menos tengan el derecho de expresar su dolor como buenamente puedan sin que nadie diga bobadas intentando manchar el nombre de esa buena gente que hoy en día sigue teniendo miedo a represalias de gente como tu. Gracias por que vea la luz esa historia de la que tambien es mi familia ya que mi abuela Ana Navas Lora era su hermana

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  7. Leído a través de mi amigo Enrique Vázquez. He tenido relacion con Castuera, vivi 3 años allí.Una historia contada intensamente en pocos folios.yo con 75 años ahora me queda en la memoria (zaragoza)la vestimenta austera y casi monocolor, los niños llevabamos ropita con rojo;aquel callar cuando oían radio Pirenaica por la tarde noche y me forme viviendo casi 40 años de dictadura.Yo no preguntaba(ahora me arrepiento) y de mayores mi tía y mi madre me contaron que cuando cosian "Para fuera"con dos niños pequeños y maridos en cárcel ¿por rojos? Oian los aviones y no sabían si era allí la bomba. Como puede aguantar corazón esa tensión. Mi respeto y agradecimiento a Aurora Navas y a quien lo ha hecho público.

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